Las voces narrativas de este libro de cuentos, inmersas en el mundo religioso de las misiones católicas, descubren lo divino en el otro, en la vida que desborda, en la savia y en la sensualidad del baile. Un toque mágico que despliega con frecuencia la literatura de Oquendo-Torres... (...) Al final, no es la ciudad quien salva; es el bosque, la voz de la indígena desplazada que contiene el secreto de la vida, el tótem, el viaje, las plantas, la alucinación que tal vez sea el rostro desnudo de la realidad, o la realidad vestida de aquello que se sostiene de principio a fin en este libro: el asombro. Juan Esteban Londoño Medellín, Antioquia Queda la sensación de un vértigo, el peso de las piedras en el estómago, mientras el río sigue su curso con la masa que se abre camino. Su tranquilidad contrasta con las pisadas que dejan los seres humanos, los surcos que van quedando abiertos, las mordidas que se infieren entre la selva y las ciudades hastiadas de sus conflictos, la bajeza de su naturaleza, ese pedalear sobre bicicletas que también se van tornando oxido, abandono entre la niebla, otro poco más de polvo. Eduardo Bechara Navratilova Bogotá, D.C.