Vio la imagen de su rostro carente de piel, una suerte de foto como las que se pueden encontrar en cualquier libro de anatomía. Podía ver sus músculos, venas, arterias y nervios. Como si fuese un modelo para enseñar a los estudiantes del primer año donde era docente. De inmediato se apartó del vidrio, algo empañado por el vapor de agua. Gritó desesperado… Después de luchar contra la terquedad de su esposo, y viendo que este comenzó a ponerse pálido y a gritar que se moría, Nazarena decidió llevarlo al hospital más cercano. A pesar de su resistencia, con la ayuda del encargado, logró subirlo a su auto. Delante del psicólogo de guardia, y luego de haber pasado por varias pruebas, Daniel seguía sosteniendo que los espejos le devolvían esa imagen terrorífica, ahora de todo su cuerpo. Quedó internado durante todo ese día. El equipo médico estuvo analizando el caso y encontró en su brazo izquierdo la huella de una mordedura reciente que él se negó a admitir y Naza en principio no supo explicar. Más tarde, pensando dónde podía haber recibido la mordedura recordó que durante la estadía en la playa Daniel quiso hacer un recorrido por la zona selvática de la isla; fue esa la única actividad que no compartieron. Y le pareció significativo que él nunca comentara nada de esa excursión pero sí le había visto unas marcas de sangre en la remera que llevaba puesta.