Con este libro de Victoria Valencia podemos participar de una rica experiencia literaria y al mismo tiempo de una fuerte experiencia teatral, podemos aproximarnos a una escritura en la que el poder de la palabra logra sacudirnos y podemos por supuesto optar por el lugar del espectador. O podemos ir más allá y dejándonos conmover por sus personajes entrar en esa labor co-creadora que todo lector de teatro realiza para inventar su propia y única puesta en escena de la obra.El texto tiene el ímpetu y el tono de un hermoso poema dramático contemporáneo, que no quiere respetar ciertas formas conocidas de escribir teatro, cuenta, a pesar de su renuncia a las categorías tradicionales, una historia, o más bien el final de las historias de cuatro personajes: Estanislao, Irene, Elsa y Calígula, que se encuentran en el Estuario, triste lugar de tránsito hacia la muerte.Ese gesto de llegada a la muerte, voluntario en el caso de unos, forzado en el caso de otros, parece entonces el verdadero motor de las acciones de la obra, ya no convencionalmente dramáticas sino poéticas, porque con lo que hacen los personajes no buscan cambiar sus destinos. Es por el deseo de decir aún, de nombrar sus trágicas existencias y gracias a sus voces persistentes, que estos seres, definitivamente marginados, sobreviven un poco más. Y es gracias a ese último esfuerzo de sus cuerpos agónicos que nosotros, lectores, espectadores, descubrimos la belleza de sus mundos interiores, su profunda humanidad.El texto tiene el ímpetu y el tono de un hermoso poema dramático contemporáneo, que no quiere respetar ciertas formas conocidas de escribir teatro, cuenta, a pesar de su renuncia a las categorías tradicionales, una historia, o más bien el final de las historias de cuatro personajes: Estanislao, Irene, Elsa y Calígula, que se encuentran en el Estuario, triste lugar de tránsito hacia la muerte.Ese gesto de llegada a la muerte, voluntario en el caso de unos, forzado en el caso de otros, parece entonces el verdadero motor de las acciones de la obra, ya no convencionalmente dramáticas sino poéticas, porque con lo que hacen los personajes no buscan cambiar sus destinos. Es por el deseo de decir aún, de nombrar sus trágicas existencias y gracias a sus voces persistentes, que estos seres, definitivamente marginados, sobreviven un poco más. Y es gracias a ese último esfuerzo de sus cuerpos agónicos que nosotros, lectores, espectadores, descubrimos la belleza de sus mundos interiores, su profunda humanidad.Ese gesto de llegada a la muerte, voluntario en el caso de unos, forzado en el caso de otros, parece entonces el verdadero motor de las acciones de la obra, ya no convencionalmente dramáticas sino poéticas, porque con lo que hacen los personajes no buscan cambiar sus destinos. Es por el deseo de decir aún, de nombrar sus trágicas existencias y gracias a sus voces persistentes, que estos seres, definitivamente marginados, sobreviven un poco más. Y es gracias a ese último esfuerzo de sus cuerpos agónicos que nosotros, lectores, espectadores, descubrimos la belleza de sus mundos interiores, su profunda humanidad.Ana María Vallejo