Es un libro de fácil lectura, simple, sencillo. Pero, entiéndase bien, Subercaseaux escribe bien, maneja un lenguaje coloquial, popular y culto, hay algunas redundancias, cierto, pero no son más de dos o tres. Es avezada en los diálogos que colman la novela. Alberto es el protagonista, el famoso corredor de propiedades que vive para su trabajo, inteligente, trabajador, enamorado de su mujer y atiborrado de dinero tanto como de problemas familiares. Vive agobiado por la duda. El lector puede fácilmente predecir el desenlace y quizás es una de las mayores debilidades de la narrativa de Elizabeth Subercaseaux junto al argumento de muy frágil contenido. La autora no se complica adentrándose en el laberinto del alma humana, no se desprende de su trabajo literario angustia o dolor ni escribe para entregar algún mensaje al lector (a). Narra. Y relata una vida ABC1, sus hábitos, su forma de hablar o de expresarse, su visión hueca del acontecer, las pelusas de una vida sin sentido o donde el sentido lo da la vida del otro (a), la menor o mayor capacidad adquisitiva, el trago en el club de la sociedad adinerada y/o arribista, la decoración, la moda, los apellidos, etc. Si hay algo que muestra Subercaseaux, más allá del modo de vida del nivel ABC1 es el clásico arribismo del chileno (a) y añoranza de una aristocracia que existió y subsiste en ancianas materialistas, en el deseo de amantes siúticas e interesadas, mujeres de hombres poderosos o en el simple deseo de hombres adinerados gracias a la compra y venta de bienes muebles o inmuebles, propietarios de un lenguaje grosero y común, como el de cualquier chileno(a), sólo que más incultos y vacuos. Todo en el siglo XXI.