Ícaro vivía atrapado con su padre, Dédalo, en la Isla de Creta. Padre e hijo pasaban largas jornadas reflexionando sobre cómo podían escapar de la isla, pero el rey Minos, controlaba todas las salidas. Todas, excepto una: el aire. Un día, el astuto Dédalo, arquitecto del Laberinto del Minotauro, reparó en este detalle y comenzó a trabajar en una forma de hacerles volar por encima de las murallas de su prisión insular.