Hay vivencias humanas tan densas que la palabra apenas si las puede abarcar, contener o expresar. Son casi indecibles. Y una de las respuestas a lo indecible es justamente el mito, además del rito y el silencio. Un mito no es el relato de la historia que ocurriera en realidad tal como dictan los actuales criterios de la historiografía. El mito nace de experiencias humanas de tal profundidad y riqueza que no hay palabras para describirlas satisfactoriamente de modo racional. Por lo tanto no profundiza en la verdad a través del raciocinio lógico. Es el sentimiento lo que condiciona y mediatiza su expresión. Quien quiera describirla echa mano de un argumento protagonizado por personajes, a través de una intuición narrativa. El relato se convierte así en fuente que refecunda al mito, lo amplía, lo explica y lo recrea.