El arte, en la narrativa de Santiago Gómez, es edificado con la naturalidad de quien aborda con convencimiento que las formas inéditas pueden ser la realidad misma o que el entrelazamiento de los diálogos, gran parte de ellos mientras los personajes caminan o están dentro de un vehículo en movimiento, precipita preguntas, sirve para compartir pasajeras experiencias sexuales, para fumar un porro de marihuana o buscar a un amigo de andanzas. En toda esa vitalidad desbordada, el colegio, la universidad, la disciplina individual y la familia son difuminados porque, no lo dicen de modo explícito, esas manifestaciones de las instituciones modernas están por fuera de su radar ajeno a las culpas o al sentido del deber. Óscar R. López Castaño