Hubo una época feliz en que nada nos sujetaba, en que nadie nos imponía controles ni normas. Otras civilizaciones no nos dictaban sus culturas ni nos marcaban con sus influencias: vivíamos felices, libres, cerriles, empelotos y sucios, derrochábamos locuras como si Dios, en esta parte del mundo se hubiera olvidado de ajustar los tornillos.