Actualmente, parece haber cierto consenso general acerca de que hay tres, y sólo tres, áreas de la ciencia que están en pleno desarrollo y que han alcanzado un verdadero nivel de seriedad: La Teoría de Supercuerdas, la Biología Molecular y las Neurociencias. Igualmente parece claro que otras teorías que se presentan como científicas no son más que simulacros o apariencias de teorías científicas. Eso comprende el ámbito completo de las Transdisciplinas, fuertemente cuestionadas en los inicios del presente siglo, así como el Psicoanálisis, los Estudios Culturales, la Psicología Transpersonal, la Teoría de los Campos Mórficos, y otros relajamientos del cientificismo positivista que tuvieron lugar a partir de los años sesenta del siglo XX. Este panorama nos lleva a hacernos una serie de importantes preguntas filosóficas: ¿Cómo podemos detectar cuándo nos encontramos frente a la expresión de un pensamiento serio? ¿Es lo mismo la seriedad en la vida, que en la filosofía o en la ciencia? ¿Tiene lo serio una relación con la consolidación de un territorio del pensamiento, con una forma de fidelidad a una idea? Y si es así, ¿la falta de seriedad tiene que ver con la fuga hacia un estado de caos anterior a toda delimitación de un territorio? Aun cuando todo el tiempo se discute la seriedad de tal o cual forma de pensamiento, no existe hasta ahora ninguna epistemología que haya establecido una definición de lo serio. Quizás ello se deba a que podríamos llegar a comprobar que muchas teorías y supuestos filosóficos que los científicos aceptan como válidos podrían no pasar la ?prueba de la seriedad?. Y eso ocurre sobre todo cuando una ciencia intenta acercarse al origen de aquellos objetos que ella estudia, y se encuentra desarrollando un lenguaje que se aproxima peligrosamente a lo filosófico, lo poético, e incluso a lo religioso y lo mitológico. Cada vez que parece que la ciencia está madura como para darnos una visión unificada del Universo, cada vez que parece capaz de una unificación, de llegar a una Teoría de Todo, surge un obstáculo, un desfase entre los circuitos desarrollados por las distintas disciplinas que impide que la ciencia se convierta en una sustituta de la filosofía en su carácter de pensamiento total. ¿Es una cuestión circunstancial el hecho de que haya ciencias y no una ciencia única? Nos proponemos probar en este ensayo que no, y tratar de explicar qué relación existe entre esta respuesta negativa y la posible existencia de una lógica interna en el proceso del cambio científico que lleva al surgimiento de nuevas teorías y de nuevas disciplinas.