El libro aborda un recorrido por estados y maneras de cómo se vive el enamoramiento; la metáfora de la portada invita a mirarse como secuaz de lo que ocurre tanto en esa escena como en toda la obra, y se ajusta con lo que el autor manifiesta en el microsentido de cada historia. Lo interesante es que con ese periplo –contado en primera persona–, se va desnudando la sensibilidad de esa articular forma de amar: y es así como lo contado va proponiendo puentes –para cercanías o lejanías– de identificación. No se trata sólo de la manifestación de aventuras o el desvelamiento de secretos íntimos, ni mucho menos de infidencias, de un listado de amoríos o culpas por los fracasos sentimentales de alguien. Estamos ante una mirada bastante honesta, que reconoce su sentir y los variopintos momentos de desesperanza, ruego, valoración, orgullo, rendición… y todo aquello que se pueda encontrar o inferir en las ideas narradas.