Las fábulas de Samaniego se caracterizan por su vivacidad y soltura, buen gusto y mesura, y por la agilidad en el tono y en la rima. La influencia de la corte y del medio donde actuaba, enteramente dedicado a la polémica literaria, le impide abordar problemas generales. Como muchos autores del siglo XVIII, Samaniego se encierra en los límites del círculo e ignora al pueblo. El ocio contemplativo, aspiración común de muchos escritores, se transforma de este modo en la propia cárcel donde lo particular adquiere desmesurada importancia.