Estas reflexiones para el crecimiento espiritual parten de que lo siguiente: el ser humano no puede preservarse sin tener certidumbre en, por lo menos, una cuestión: para qué vive, es decir, qué sentido tiene ser en el mundo. Mientras no posea una respuesta clara, una directriz, sin lugar a dudas, todas las veces que se sienta derrotado por la adversidad se hará el mismo interrogante primario que los terapeutas escuchamos casi todos los días: ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Muchos profesionales de la salud mental no se atreven a tocar el tema “por temor a la santa erudición”. Pero, a menos que al terapeuta le falte su propio eje regulador del equilibrio, a menudo se le impone la necesidad de guiar al consultante hacia el replanteamiento de su idea de ser para qué, y el hallazgo de una posición trascendente personal, definida de una vez y por encima de cualquier circunstancia.