la sonrisa de voltaire

adelina gómez gonzález-jover · editorial ariel

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Reseña del libro

Cuando a Diógenes alguien le reprochó beber en la taberna, este respondió: ¿Y qué tiene de malo? Lo raro sería ir a beber a la barbería y cortarme el pelo en la taberna. A alguien que le criticó a Aristóteles haber dado limosna a un malhechor, este respondió: Yo sólo ayudé al hombre, no a sus costumbres. Cuando un grupo de rencorosos aristócratas le dio una paliza al mordaz Voltaire, uno de ellos exclamó: No le peguéis en la cabeza, de ahí puede salir algo bueno. Buscamos la felicidad -escribió Voltaire-, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo confusamente que tienen una. Después de que los filósofos Hegel y Schelling se enzarzasen en una trifulca pública, el periodista satírico Moritz Saphir sentenció: Los filósofos piensan oscuramente, pero maldicen con mucha claridad. Haciendo gala de una gran modestia las últimas palabras de Auguste Comte en su lecho de muerte fueron: ¡Qué gran pérdida para la humanidad!. Freud, cuyo psicoanálisis interpretaba gestos inadvertidos como expresiones del inconsciente reprimido, acabó siendo víctima de sus propias teorías y cuando en cierta ocasión, sobaba un cigarro y se percató de que alguien lo observaba maliciosamente, comentó: A veces un cigarro no es nada más que un cigarro. Las anécdotas y agudezas más divertidas de los grandes pensadores.

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