Un rey vago, goloso, caprichoso y prepotente impone a su pueblo dictámenes absurdos, todos dirigidos a satisfacer su vanidad. Cuando a él, tan lampiño, se le ocurre tener un bigote negro, tupido y bien largo, ni médico ni brujo ni boticario ni medicina ni brebaje ni jarabe logran ese propósito. Pero el pueblo, con mucha inventiva, aprovecha el conocimiento de las debilidades de su rey para lograr liberarse de su dominio.