Ya no es posible ocultarlo por más tiempo. Como Norman Bates, como la familia Samsa o como Charles Dexter Ward, David Roas tiene una criatura escondida en casa, con la que escribe al alimón esas narraciones que publica como si fueran ficciones, pero que son las pesadillas del monstruo. Lo sé, porque David Roas me llevó a escucharlo y escribí Ajuar funerario; José María Merino habló con la criatura y publicó Cuentos del libro de la noche; Patricia Esteban Erlés pasó un fin de semana con el monstruo y salió con Casa de Muñecas; Ángel Olgoso entró en su guarida y encontró La máquina de languidecer, y Cristina Fernández Cubas le preparó unas croquetas inquietantes a cambio de La habitación de Nona. Pero ya se corrió la voz y ahora son legión quienes quieren encerrarse con el monstruo de David Roas: escritores inéditos, alumnos de talleres, guionistas de series y médiums rumanos. Igual que en la última escena de Frankenstein, los asaltantes tratarán de quemar la casa para llevarse un trocito de la criatura, pero como la despierten ella dejará de soñar. Y sólo quedará otro cuento de David Roas. Fernando Iwasaki