En mi calidad de abogado litigante, profesor universitario, conferencista, árbitro y secretario de tribunales arbitrales, he recorrido un camino importante en el apasionante mundo del derecho, ciencia que cada día me brinda nuevos descubrimientos, mayores expectativas y enormes desafíos. En ese ejercicio me he esforzado en combinar el escenario del derecho sustancial con el propio del derecho procesal. Estoy convencido de que no hay éxito en el litigio sin tener un vasto conocimiento del primero y, simultáneamente, dominio del segundo. No puede considerarse un buen abogado el profesional que conoce bien las normas de procedimiento pero que no tiene una profunda comprensión del derecho sustancial. No puede tener éxito en el litigio un jurista que, teniendo un buen conocimiento del derecho sustancial, no sabe cómo hacerlo valer en juicio. Por eso se dice que tanto vale no tener un derecho, que tenerlo y no saberlo probar. Como profesor y abogado he atendido múltiples consultas sobre el derecho arbitral y sobre el procedimiento arbitral. A la par, muchos colegas, amigos, profesores, estudiantes, ligantes, árbitros y secretarios de tribunales arbitrales, con sólida formación de buenos juristas, acudían a mi consejo en torno a muchos aspectos relacionados con la materia, consultas que siempre atendí, no solamente con gusto, sino especialmente con pasión. Este libro se comenzó a construir, en lo general, a partir de notas de clase y de conferencias, pero, a su vez, en las particularidades, a raíz de muchísimas de esas consultas, la mayoría de ellas informales y, poco a poco, me fui dando cuenta que podía vertir todo ello en un trabajo más integrado y profundo, por lo me di a esa tarea, incoporando las soluciones propuestas, así como pronunciamientos y experiencias derivadas de mi propia actuación como miembro de tribunales arbitrajes. A pesar de que aparentemente tenía a mi alcance un gran material, me di cuenta de que, a la hora de la verdad, no tenía nada. En efecto, al tratar de incorporarlo e integrarlo, advertí que, en la mayoría de los casos, el insumo resultaba muy puntual, pero, cada concepto, cada respuesta, cada frase, cada palabra, suponía partir de elementos conocidos o que se daban por sabidos.