Llegué a Bogotá el día en que esta historia terminó. Venía de España y encontré a Lucas en los preparativos del entierro de su papá. Entonces apenas nos conocíamos, y cuando todos entraron yo me quedé atrás, a las puertas de la Capilla en la Universidad Nacional, en medio de una multitud de caras tristes de personas que yo jamás había visto. Con el tiempo algunas se hicieron familiares, otras han sido amigos entrañables y otras murieron. La historia de este libro comenzó ese día en el entierro de Rafael. Él había pensado en una publicación que recogiera su obra y la intención de su primer editor era tomar los proyectos que habían aparecido en revistas y hacer una compilación con todos ellos. El resultado sería un libro convencional de arquitectura; al principio pensamos que era una buena idea. Conocí a Lucas en Barcelona, donde él estudiaba Cine y yo combinaba el oficio de escribir con el trabajo en una oficina de arquitectos. Con todo el entusiasmo de una pareja que empieza y con la ilusión enorme de hacer juntos el libro de Rafael, nos pusimos manos a la obra a repasar sus proyectos. Lo más notable era su trabajo en arquitectura escolar, no solo por los colegios y las universidades que había diseñado, sino por la juiciosa investigación que hizo sobre ese tema a lo largo de muchos años. Pero además había algo muy especial, muy humano, en su manera de hacer arquitectura y de comprender la relación entre los lugares, los espacios y las personas.