Alfredo se presentó ante mí como uno de esos golpes de viento,que te dejan desconcertados. Los primeros días de su estadía en eltaller, no se sabía bien si estaba ahí o más allá. . . traspasando quizálas barreras de esas cuatro paredes, adentrándose en quién sabe quélectura en reposo de su mesita de luz atiborrada de barcos de papely autitos.Sin embargo, logré conocer su estética y su política escritural. Conun tono que al principio parece apesadumbrado y hasta, ya sin pelosen la lengua, quejoso. . . logra superar ampliamente a Raúl DamonteBotana (o Copi, para los entendidos) en sus alcantarillas del demo-nio. Porque la apuesta en Rata de Ciudad escapa a los modelos oconcepciones que se detienen en la espesura de las formas, en elrespeto a rajatabla de los puntos, en las comas, en las mayúsculassuspendidas como reinas y señoras por sobre el resto de la formacompleja de los poemas.Lo que logra Rata de Ciudad es dar paso a la potencia de la misera-ble desnudez del sentido. Y no sólo es visible en la ausencia formal,sino también en cada una de esas instintivas imágenes del barrio, dela intimidad del hogar y sus lugares insoportables, del cuerpo (delhumano trasvestido en animal) y sus limitaciones, sus deseos ocul-tos de comerse la carroña que lo convoca a la mesa a la misma hora,en el mismo lugar.Este libro es otra forma de encontrarse con un Alfredo santafesino,que escapa a los modos clásicos de concebir la existencia humana,porque puede sobrepasarlos ampliamente.(Ivana Galetti)