Humanamente hablando, nada presagiaba que fuera Silouan (1866-1938), el monje adscrito al economato y al molino del Monasterio de San Panteleimon, quien pasara a la posteridad. Silouan había llegado a la Santa Montaña del Athos en otoño de 1892. Por aquel entonces era un joven e inculto campesino ruso con el servicio milita r recién cumplido. Allí emprendió un combate espiritual que se prolongaría hasta su mu